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Mi experiencia como voluntaria de TEDxMalagueta

29 julio, 2018

En cuanto vi el anuncio en Facebook tuve claro que tenía que formar parte de TEDxMalagueta. Sabía que sería una oportunidad para aprender, aunque no era consciente de la cantidad de lecciones, enseñanzas y experiencias que me llevaría en la mochila de vuelta a casa tras aquellos dos intensos días de mediados de febrero.

Las charlas TED han sido mi gimnasio neuronal durante los últimos años de maternidad. Mi medio de mantenerme activa mentalmente, en una época en la que la energía cerebral se escapa a raudales por motivos más que de sobra conocidos. Por eso quería devolverles a las charlas TED un poco de lo mucho que me había dado a lo largo de este tiempo.

Llegué dispuesta a dar lo mejor de mí, pero mi capacidad de asombro se vio superada desde la primera reunión. En esta supe que el trabajo ya estaba prácticamente hecho. Que ese equipazo de personas experimentadas, sabias y entusiastas lo tenían todo bajo control. Me asaltaron las dudas: “¿sería capaz de aportar algo?”. Me encogí de hombros y decidí que, por lo menos, lo intentaría.

Llegué al Palacio de Ferias y Congresos cargada de ilusión, pero también de nervios y de responsabilidad. De nuevo, me sentí como una niña que mira asombrada a algo mucho más grande que ella. Pero decidí aprovechar ese estupor infantil para empaparme de cada palabra y de cada acción. Dejé de lado los miedos por mi innata torpeza manual para pintar, cargar, empujar y ejecutar casi cualquier tarea de la primera conjugación que se me puso por delante. Aquello iba tomando forma y mi asombro crecía junto al vértigo de formar parte de algo tan especial.

Aunque lo mejor estaba por llegar. Mi labor como asistente de ponentes puso a prueba a mi autoestima. Conocer de primera mano a esas personas inspiradoras que en menos de 18 minutos iban a ser capaces de poner en pie a todo un auditorio. Y aquí es donde se cumple ese refrán, que voy a “tunear” para la ocasión, de que una actitud vale más que mil palabras. Su humildad, sumada a su generosidad, fueron tan inspiradoras como sus propios discursos. Me lo pusieron tan fácil que lo más difícil para mí fue intentar no actuar como una fan hormonada cada vez que me cruzaba con ellos. Os contaré un secreto, pero esto que quede entre nosotros… Realmente fueron ellos quienes me ayudaron a mí y no al contrario. A cambio de alguna que otra botella de agua y un par de llamadas a taxis me llevé innumerables consejos y aprendizajes que me acompañan desde entonces. Dentro de estos aprendizajes, está el haber profundizado en el mensaje de la charla de Orobola, repasar cada una de sus palabras para poder traducirlas sin que perdiesen ni su fuerza ni su esencia, con la intención de que lleguen a todos aquellos que necesiten un ejemplo de que los límites nos los ponemos nosotros mismos.

Y entre carreras, intercambio de impresiones, apuntes, cambios y más carreras, encontré mi remanso de paz, agazapada tras una estructura de madera. Allí, acompañada de un micro, algunas anotaciones y conducida por la pasión de Pedro, puse voz a una casa pensada para emocionar a quien entrase en ella. Y volví a sentirme como una niña. Feliz y afortunada. Asombrada y plena. Sensaciones que aún me invaden cada vez que vuelvo al recuerdo de aquel 17 de febrero. Sensaciones que no me abandonarán nunca, porque nunca se olvidan las experiencias que te han emocionado.

Lydia Vicente Lord

En TEDxMalagueta 2018 puse todo mi entusiasmo hacia esta iniciativa al servicio de la asistencia de ponentes, la transcripción y traducción, y la locución en “La Habitación de las emociones” (un espacio dedicado a sorprender y conmover a diferentes personas con mensajes, imágenes y vídeos recopilados por sus seres queridos). Trabajé, disfruté, me emocioné, pero sobre todo, aprendí.»

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